LA CAPILLA SIXTINA. BIOGRAFÍA.
LA CAPILLA SIXTINA
Trabajo realizado por Mª Cecilia Larrosa Rodrigo en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza.
ÍNDICE
1.- Biografía.
2.- Sus maestros.
3.- Estado de relaciones con Julio II. Documentos que atestiguan esta relación.
4.- Estado previo de la “Capilla Sixtina” antes de la intervención de Miguel Ángel.
5.- Su postura ante la obra y su concepción de la misma. Relación con sus colaboradores.
6.- Fuentes literarias en las que se inspiró para su programa iconográfico. Controversias de los autores al respecto.
7.- Diferentes interpretaciones sobre la cronología de las partes pintadas.
8.- Integración de las diferentes artes en la “Capilla Sixtina”.
9.- La “terribilitá” aplicada a su pintura.
10.- La influencia del pensamiento neoplatónico.
11.- La línea serpentinata y lo convulsivo en su pintura. El manierismo en Miguel Ángel. Aplicación del mismo en el techo de la “Capilla Sixtina”. Diferentes interpretaciones de él como figura manierista. Rasgos antimanieristas. El cromatismo original y su entonación manierista: la falsa interpretación de éste.
12.- Representación del movimiento y su concepción espacial.
13.- El desnudo en Miguel Ángel.
14.- El ideal de fuerza y de belleza.
15.- El significado de la musculatura.
16.- Programa temático de la “Capilla Sixtina”. División espacial.
17. Testimonios de diversos autores sobre la figura y trascendencia de Miguel Ángel.
BIOGRAFÍA
Nació en Caprese, municipio italiano de la provincia de Arezzo, denominado actualmente Caprese Michelangelo en su honor.
Comenzó su formación como pintor a los 12 años en el taller de la familia Ghirlandaio y un año más tarde se adentraría en el mundo de la escultura a través de Bertoldo di Giovanni, el cuál le introduciría en el influyente círculo de los Médici. Desde entonces desarrolló una fructífera vida artística entre Florencia y Roma, de cuyo amplio legado destacan dos grandes obras: El David y la bóveda de la Capilla Sixtina (ver punto 2).
Sus últimos años los dedicó a la arquitectura hasta que falleciera en Roma a los 88 años de edad.
Vasari ,su gran biográfo, constituye una fuente de gran importancia para el conocimiento del pensamiento y obra de Miguel Ángel. Sus relaciones con Vasari quedan atestiguadas en el soneto LXVIII que Miguel Ángel le dedica:
“Si diste con tu pluma o con colores
a Natura su hermana equiparable en tu arte
y en realidad en parte le achicaste la gloria,
al devolvernos su belleza más acrecentada,
ahora, sin embargo, con labor más valiosa,
te has puesto a escribir con mano sabia,
y así le robas lo único de su gloria
le resta y te faltaba, al darle vida a los seres.
Rivales tuvo en cualquier siglo con obras
hermosas, más al menos, le rendían tributo;
cuando a su final señalado por fuera llegaban
Pero hiciste que sus memorias tan perdidas
volviesen cargadas de luz, ellos mismos y tú,
a su pesar, para siempre vueltas a la vida.
Giorgio Vasari
En otras epístolas, Miguel Ángel nos muestra también su relación con Vasari .Una de ellas, escrita el 19 de septiembre de 1554 nos relata lo siguiente: “Querido amigo Maestro Giorgio: dirán con toda seguridad que soy un viejo Chiflado por querer componer sonetos, pero, como dicen muchos, estoy en mi segunda infancia, y he querido hacer un poco de teatro. Veo por tus cartas el amor que me tienes. Sé, sin duda alguna, que me sentiría muy feliz de que mis frágiles huesos descansaran junto a los de mi padre, como tú me pides, pero si yo me marchara ahora de aquí sería causa de un gran desastre en la construcción de la Iglesia de San Pedro, de un gran vergüen- za y de un gran pecado. Pero cuando todo el proyecto esté hecho, de manera que no pueda cambiarse, espero hacer todo lo que me dices siempre y cuando no sea un pecado incomodar a algunas personas avaras que están esperando que me vaya rápido”
Así, en otra epístola, Miguel Ángel escribe:
“ Me encargaron , por la fuerza, de la construcción de la Iglesia de San Pedro, y he servido ocho años no solamente gratis, sino con perjuicio y desdicha por mi parte. Ahora que todo va bien, hay dinero para invertir y voy a poner pronto la bóveda de la cúpula, sería la ruina de dicha construcción si me fuera. Sería la mayor vergüenza para toda la cristiandad y mi mayor pecado. Así, pues, mi querido Maestro Giorgio, te pido que agradezcas de mi parte al Duque por las grandes ofertas de que me hablas y ruega a su señoría que, con su permiso y gracia, pueda continuar aquí hasta que me pueda marchar con buena reputación y sin pecado.” (11 de mayo de 1555, Roma)
Según nos relata Vasari, Miguel Ángel nació en 1475, en el Casentino, hijo de Luís Leonardo Buonaroti Simoni, descendiente, según se dice, de la nobilísima y antiquísima familia de los condes de Canossa. Luís era corregidor aquel año del castillo de Chrusi y Caprese. Acabado su cometido de corregidor, volvió a Florencia. En la aldea de Settignano tenía una posición heredada de sus antepasados. Era un lugar copioso en piedra y todo lleno de canteras de granito trabajadas de continuo por canteros y escultores, la mayor parte nacidos en aquel lugar. En aquella aldea, Luís entregó a Miguel Ángel, para que lo amamantase, a la mujer de un cantero.
A causa de esto, Miguel Ángel, hablando una vez con Vasari, le dijo en broma:”Jorge, si algo de bueno tengo en el ingenio, me ha venido a nacer de la sutileza del aire de vuestro país de Arezzo; así como también de la leche de mi nodriza he sacado los cinceles y el martillo con los cuales hago mis figuras”.
Con el tiempo Luís tuvo bastantes hijos más, y por ser poca su hacienda y cortísimas sus rentas, fue acomodando a sus hijos en el arte de la lana y la seda, y Miguel Ángel, que estaba ya crecido, fue puesto en la escuela de gramática con el maestro Francisco de Urbino. Pero como su ingenio lo impelía a deleitarse en el dibujo, todo el tiempo que podía aprovechar a escondidas lo pasaba dibujando. Por ello, le reñían su padre y sus superiores y algunas veces le pegaban, creyendo acaso que atender aquella virtud, desconocida por ellos, era baja cosa e indigna de antigua casa.
Miguel Ángel se caracterizó por un carácter controvertido. Fue toda su vida un solitario; lo fue incluso en la cúspide de su fama; mientras trabajaba en los frescos de la Capilla Sixtina confesaba a su hermano en una carta:”Estoy tan atareado y tan sometido a esfuerzos físicos que sólo puedo ocuparme de mi mismo. No tengo amigos, ni tampoco los deseo”
Esta confesión fija una situación fundamental de su existencia: la soledad. una soledad que era condición imprescindible para desarrollar su creatividad artística, y a la que, además, tendía por inclinación natural. Miguel Ángel se aislaba de un entorno que juzgaba tosco e incapaz de comprender su arte. A su vez, sus contemporáneos censuraban su carácter huraño, sus extravagancias, sus ansias de grandeza, su eterna insatisfacción y su propensión a arrebatos de cólera. Él rechazaba, por infundadas todas estas críticas, según se desprende de una conversación con Vittoria Colona y otras personas de su confianza, transmitida por el pintor portugués Francisco de Holanda:”La gente es muy dada a difundir mentiras sobre los pintores de renombre: son raros, insoportables y rudos en el trato y, sin embargo, nadie más humanos que ellos la dificultad de trato con esos artistas no radica únicamente en su orgullo porque rara vez encuentran personas que comprendan sus obras. Además, evitan las conversaciones vanas, que pueden arrancarlos de su rico mundo interior….”
Es disparatado pensar que un artista se aparta de las personas por puro orgullo o soberbia, porque ese es el camino más fácil para perder amigos y granjearse enemigos. Si tal hace, justo es que se le critique. pero si desdeña las palabras hueras y de fácil lisonja por no estar acordes con su forma de ser y porque debe dedicar todas sus energías a su arte. ¿Por qué , entonces, importunar a semejante hombre que voluntariamente prefiere la soledad?
¿Por qué obligarle a participar en conversaciones vacías que perturban su calma creadora? ¿Acaso no sabéis que hay tareas que necesitan de la persona entera sin darle un momento de respiro para la ociosidad? Vosotros no juzgáis a un artista por su propio valor, sino tan sólo porque lisonjea vuestro orgullo relacionaros con una persona que trata con papas y emperadores. En mi opinión, el artista que presta oídos a la adulación del público más que a la calidad de su propio arte, no es un verdadero artista, sino un espíritu corriente que no es preciso buscar con linterna porque se le encuentra por todas partes.”
Miguel Ángel fue siempre un enigma para sus contemporáneos. Su dinámico mundo interno, que se traslucía siempre en su relación con los demás, inquietaba y confundía, incluso a alguien tan poco impresionable como Julio II. Los tópicos mendaces de que habla Miguel Ángel encontraban, sin embargo, una audiencia abonada y propicia a aceptarlos, y así, en el retrato moral que de él pintaba la gente se entremezclan trazos grotescos confusamente y perfiles sombríos con la poderosa y nítida claridad del genio. De esta forma, se urdieron las más variopintas leyendas en torno a su persona, favorables y desfavorables, buenas y malas. Algunas de ellas fueron recogidas , con la aquiescencia de su maestro por su discípulo Ascanio Condivi en su biografía, evidentemente porque a Miguel Ángel le resultaba más cómodo encubrir ciertos acontecimientos de su vida que desvelar las parcelas verdaderas de su intimidad. Sin embargo, ciertas calumnias y chantajes, por ejemplo de los Aretino, le arrancaban de su pasividad y los descalificaba con mordaz ironía o con gruesas palabras.
Cuando leemos las biografías más famosas sobre Miguel Ángel y, en concreto , los capítulos que se dedican a su carácter, tenemos la impresión de estar leyendo informes psicopatológicos. Romain Rolland esquematiza su personalidad de la forma siguiente:” La clave de su desdicha, es decir, el factor que explica la tragedia de su vida y que frecuentemente no se ha visto o no se ha querido ver, es su falta de voluntad y su debilidad de carácter.
Fue indeciso en su arte, en sus tendencias políticas, en todos sus actos y pensamientos; incapaz de elegir entre dos obras, dos proyectos, dos partidos. La historia de la estatua de Julio II, de los sepulcros de los Médicis, de la fachada de San Lorenzo son la demostración más más palpable de su indecisión. Miguel Ángel comenzaba y abandonaba una y otra vez el mismo proyecto: sus obras son un constante proyecto inacabado. Fluctuaba entre el sí y el no, y apenas había elegido una de las dos opciones, la duda se apoderaba de él. Al final de su vida, cansado de todo, dejó numerosas obras sin terminar. Se suele aducir en su defensa que la mayoría de las obras le fueron impuestas, y que, por tanto, la responsabilidad de todas sus vacilaciones debería recaer en quienes se las encargaron. Pero no olvidemos que sus señores no hubieran podido obligarles a planes o proyectos específicos en contra de su propia voluntad. Y , sin embargo, Miguel Ángel nunca se atrevió a tanto.
Miguel Ángel fue débil de carácter, debilidad debida tanto a su propia naturaleza como a su timidez. Escrúpulos que apenas hubieran afectado a personas un poco más enérgicas, a él le atormentaban. Un desmedido sentido de la responsabilidad le abrumaba forzándole a ocuparse de trabajos sin importancia que cualquier maestro de taller hubiera rechazado. Miguel Ángel no cumplía los contratos contraídos, pero tampoco podía olvidarlos, y este hecho le pesó como una losa en su vida.
Miguel Ángel fue consciente y temerosamente débil. Débil frente a los poderosos…No quería estar sometido a los papas, quería huir de su influjo, pero al final siempre terminaba por obedecerlos. Soportó, sin una queja, cartas injuriosas de sus señores, y es más, les contestó con sumisión y respeto. Alguna vez salía a relucir su orgullo y protestaba pero acababa cediendo. De pronto le invadía un pánico incontrolable y huía, perseguido por su propio miedo de un extremo a otro de Italia… Pero esto no es todo, llegó incluso a renegar de sus propios amigos, los Florentinos desterrados.
Conviene detenerse en esta última frase, porque en ella subyace un error de interpretación de Rolland que tergiversa una carta de Miguel Ángel a su sobrino Leonardo residente en la Florencia gobernada con mano de hierro por Cósimo I. La misiva, fechada el 22 de octubre de 1547, respondía a una anterior en la que Leonardo informaba a Miguel Ángel de un decreto inminente de Cósimo I con el que el Médici esperaba Aniquilar definitivamente a sus opositores desterrándolos y confiscando sus bienes. La ley alcanzaría incluso a los que vivían fuera de la Toscana. El sobrino temía no sólo por las posesiones de Miguel Ángel en Florencia, sino sobre todo por su persona, porque era cosa sabida que su tío mantenía relaciones amistosas con Roma con los enemigos de Cósimo I, principalmente con Roberto Strozzi, hijo de Filippo, jefe de la flota derrotada por Cósimo I en Montemurlo en el año 1537. Pero además, Roberto Strozzi acumulaba otro factor de riesgo: estaba casado con la Hermana de Lorenzino, el asesino de Alessandro. He aquí la carta: “ Leonardo: me alegro de queme hayas informado del decreto. Si Hasta el momento he especial cuidado en lo que se refiere a mis relaciones con los florentinos desterrados, en el futuro vigilaré aún más mi conducta. En lo tocante a la convalecencia de mi enfermedad en la casa de los Strozzi(1544), he de decirte que no me aposenté en su casa, sino en la habitación de Luigi del Riccio, amigo entrañable. Desde la muerte de Bartolomeo, amigo y secretario de Miguel Ángel, no había encontrado persona que cuidase mejor y más fielmente que él de mis asuntos. Tras su muerte, la de Ricio, no he vuelto a frecuentar esa casa; Roma entera y mi forma de vida pueden atestiguarlo: estoy siempre solo, salgo poco y apenas hablo con nadie, especialmente si son de Florencia; aunque si me saludan por la calle, no puedo menos que responder al saludo con un par de palabras amables antes de continuar mi camino. Si conociera a los desterrados, les negaría el saludo. No obstante, reitero que a partir de hoy extremaré las precauciones, sobre todo porque me rondan pensamientos muy sombríos y opresivos que me hacen concebir la vida como una pesada carga”
Lange-Eichbaum afirma en su libro :”Genio, locura y fama” lo siguiente:
Miguel Ángel fue un psicópata de rasgos acusadamente depresivos, irritable, desmedido en su afectividad, paranoico, hipocondriaco y con un componente homosexual”; y prosigue su diagnóstico resumiendo los juicios que ha merecido a otros autores:” Homosexual, quizá no sólo espiritual, con complejo de culpa en su vejez. Apasionado por los adolescentes. irritable y propenso a accesos de cólera, muy dado a simpatías y entusiasmos repentinos, a profunda angustia y desconfianza. Incosecuente. Frío frente a la mujer, como lo denota el hecho de que sus principales obras sean hombres. Terror patológico. Melancolía enfermiza. Esclavo de su desmedido afán creador, que era casi una neurosis obsesiva. Constantemente agitado. Tipo fuertemente inclinado a la acción. Depresivo, aquejado de imaginarios dolores. Avaro. Padeció numerosas enfermedades graves. Muy desconfiado. Paranoide. Asaltado por continuos y constantes temores. Masoquista.
Conviene, llegados a este punto, recordar unos párrafos del ensayo:”El problema del genio”, con el que Gottfried Benn abordó en 1929 el libro de Lange-Eichbaum. El genio, si atendemos a las investigaciones de la patografía ,nace, sobre todo, dentro de familias dotadas intelectualmente, y pertenecientes, como la de Buonarroti, a capas sociales que gozan de una posición destacada. Surge, con frecuencia, cuando ,”tras generaciones de probada inteligencia”, la estirpe comienza a degenerar. El genio, escribe Benn, es una determinada forma de degeneración por hipertrofia intelectual, que conlleva casi siempre rasgos psicopatológicos, cuyas manifestaciones más benignas son la extravagancia, la capacidad de adaptación, la susceptibilidad de carácter, la inestabilidad emotiva, la melancolía y la histeria. “ La patología anímica es un factor parcial pero indispensable, del conjunto total que denominamos genialidad”. Con razón recoge Benn la opinión de Kretschmer, que cree que “los grandes genios poseen un vigoroso y saludable espíritu burgués, cuyo desarrollado sentido del deber les confiere esas cualidades fundamentales de laboriosidad, tenacidad y serena armonía, que proyectan sus obras más allá de lo que las intensas y pasajeras sacudidas del genio harían pensar”. Con esto se delimita al menos, a grandes rasgos, el “cuadro clínico” de Miguel Ángel.
Aretino, su gran detractor, intentó extorsionar al artista. Al no atender éste a sus demandas, le injurió, como tenía por costumbre, tachándole de blasfemo, dado al paganismo, débil de carácter, homosexual, ingrato, avaro, mentiroso y ladrón. Asombra que hoy se siga dando crédito a una imagen tan cargada de virulencia y veneno.
Esta visión ambigua y distorsionada del cuadro caracterológico de Miguel Ángel tiene un triple origen: la aceptación acrítica de las descripciones de su carácter hechas por sus coetáneos; la valoración excesivamente precipitada, y por tanto fragmentaria de los primeros documentos hallados en los archivos y el escaso interés que han mostrado por el tema de los historiadores.
Para conocer su verdadera personalidad, su pensamiento y su obra creemos esencial acudir a los testimonios personales del artista y, a este respecto, es especialmente revelador un “capitolo”, poema satírico-burlesco en tercetos, también llamado “bernesio” en honor o recuerdo de Francesco Berni, el maestro del género. Aproximadamente hacia 1534, Berni fue amigo de Miguel Ángel y Sebastiano del Piombo. El escritor y el poeta mantenían correspondencia en poesías “bérnicas”.
El poema data quizá de 1546. Miguel Angel vivía por entonces cerca del foro de Trajano en Macel de’ Corvi (Plaza de los Cuervos), llamado burlonamente por él “Plaza de los pobres”. El lugar era sombrío y sucio. Vayamos adelante con la poesía:
“En límites estrechos encerrado
árbol soy, rodeado de corteza,
o genio en la redoma retenido.
En tumba oscura moro y las arañas
Por dentro me recorren y sus telas
mis huesos aprovechan como rueca.
Cubierta está mi puerta por montañas
de excrementos: uvas y purgaciones
muestras de algún alivio son extrañas.
Bien conozco el olor de los orines,
los desagües que despiertan mis raíces
antes aún de que haya amanecido.
La carroña, el estiércol, los desechos
de casa ajena a la mía vienen:
puedo mudarme con ellos si quiero.
Está mi casa por dentro tan revuelta
que incluso si el hedor se evaporase
perdería con él hasta el estómago.
Tos y catarro impiden que me muera,
pierdo el aire fácilmente por abajo
y sale a duras penas por mis dientes.
Estoy tullido, roto, quebrantado
en el potro de la vida. La posada
en que vivo de prestado es la muerte.
Mi gran melancolía me complace
y la pena mejora el sufrimiento,
a quien quiera, le cedo esta miseria.
Dichoso el que me vio el día de Reyes;
dichoso más aún si hubiera visto
mi casa entre magníficos palacios.
Sólo cenizas guarda el corazón
de amores, y en él crece la pena,
he roto al fin las alas de mi alma.
Zumbo cual abejorro en la vasija;
saco de huesos soy; cuero y tendones
me cubren; piedras hay en mi vejiga.
Ya no miran mis ojos como antaño
y mis dientes, como teclas de un címbalo
viejo, castañetean cuando hablo.
En mi rostro la imagen del horror;
mi vestido agitado por el viento
a las gentes ahuyenta como un espantapájaros.
En mi oído se acurruca una araña,
en el otro canta un grillo por la noche
y yo por el catarro, toso, mas no duermo.
El Amor y las Musas de otros tiempos
son pasto del pasado. Habito ahora
en un sucio albañal, en un retrete.
¿He fabricado acaso tantos hombres
para morir ahogado por el fango
tras haberme salvado de la mar?
Todo el arte, regalo de la fama,
me ha llevado en la vejez a la pobreza,
a estar solo y dominado por extraños.
Vivo estoy aún. “¡Ay, ven aprisa, muerte!”
El poema pudo haber sido escrito en un atardecer de finales de otoño o principios de invierno. Miguel Ángel que tenía setenta y un años, describe la casa, el entorno, revela sus achaques físicos y espirituales, pergeña, en definitiva, su autorretrato grotesco: se burla de su propio trabajo y de sus pensamientos que desembocan, al final, en la idea de la muerte, temática que le resulta muy familiar desde hace más de veinte años, con una expresividad ruda y directa, un ingenio corrosivo y un sentido del humor muy ácido.
La casa que describe forma parte ya de su vida y, durante más de treinta años habitaría entre sus muros gruesos y pesados como los de una fortaleza, como un cangrejo ermitaño dentro de su concha a solas consigo mismo y con su obra. En 1513 se instaló en ella por primera vez y allí residiría durante cuatro años hasta que el papa León X le ordenó regresar a Florencia, para encargarse de construir la fachada de San Lorenzo, pero esta obra quedaría reducida a un simple proyecto y a un montón de bloques de mármol desperdigados por las canteras de Pietrasanta. En 1534 vuelve a habitarla ya de forma ininterrumpida hasta su muerte. El viejo y enorme caserón albergaba en su interior un estudio muy espacioso, cuadra para caballos y un huerto pródigo en higueras, granados y parras. Su fiel criado y otros sirvientes cuidaban del viejo Miguel Ángel, pero el desorden que reinaba en la casa revelaba la soltería de su morador. Amigos y personas de confianza le animaban con frecuencia a contraer matrimonio, en la creencia de que le sería beneficioso que una mujer gobernase el hogar. Miguel Ángel nunca prestó oídos a tal proyecto.
“El arte es mi única esposa: a él estoy unido por lazos muchos más fuertes de lo que yo quisiera; él ha sido la pasión y el tormento de mi vida. Mis hijos son las obras que legaré a la posteridad porque, aunque no valgan demasiado, me sobrevivirán.¿ Qué hubiese sido de Lorenzo di Bartoluccio Ghiberti si no hubiera cincelado las puertas de San Giovanni? Sus hijos y nietos se han desprendido de cuanto él les legó. Sólo las puertas permanecen”
Tras la muerte de Miguel Ángel, su sobrino y heredero Leonardo alquiló la casa a Daniele da Volterra, que falleció antes de llegar a ocuparla; fue derribada en el siglo XIX. Tampoco existe ya el viejo “Mercado de los Cuervos”.
Así pues, la casa romana de Miguel Ángel se levantaba donde una vez, cuando el Antiguo Imperio había alcanzado la cúspide de su poder, estuvo el corazón mismo de la ciudad. El foro de Trajano, el espacio abierto más amplio y bello de la ciudad imperial, en el que se celebraba un mercado al aire libre, fue aislado del Quirinal por un edificio destinado a mercado que albergaba 150 puestos en su interior. Al noroeste se levantaba la poderosa basílica de Ulpia, centro de transacciones monetarias. Tras ella, en el espacio abierto en el que se erguía la columna de Trajano, había dos bibliotecas. Una guardaba los manuscritos griegos; otra, los códices latinos y los documentos de la época imperial. Tan sólo la columna permanecía virtualmente intacta cuando Miguel Ángel se mudó a esa casa. Las últimas líneas de la inscripción situada encima de la puerta del pedestal hubieran podido figurar también como divisa de su obra artística:”Ad declarandum quantae altidudinis mons et locus tanti operibus sis egestus”(“para que quede constancia de la altura que se le robó al monte y de los grandes esfuerzos que supuso la construcción de la obra”)
La tristeza que aletea en todo el poema se aprecia también en el busto de bronce de Miguel Ángel ejecutado por su gran amigo y discípulo Daniele de Volterra. Esta escultura responde tanto a las referencias que nos han transmitido los coetáneos de Miguel Ángel sobre su aspecto físico, como a las propias observaciones del artista.
“Busto de Miguel Ángel por Daniele de Volterra”
Condivi escribe:”Miguel Ángel goza de una constitución física más bien musculosa y de estructura ósea bien desarrollada antes que entrado en carnes. Sano, sobre todo por naturaleza, pero también por el ejercicio físico y por su mesura en el comercio carnal y en la alimentación. Fue un niño enfermizo, y ya de adulto ha sufrido dos enfermedades. Desde hace algunos años padece una afección de la vejiga..Su tez ha tenido siempre un color muy saludable. Su constitución física era la siguiente: es de estatura media y ancho de espaldas con respecto al resto del cuerpo: su cabeza, vista de frente, es redonda..Las sienes abultadas, muestran protuberancias por encima de las orejas y, estas y las mejillas sobresalen del resto de la cara. La cabeza es algo desproporcionada con respecto al rostro. Tiene la frente cuadrada y la nariz aplastada, aunque no de nacimiento, sino porque en su juventud un tal Torrigiano de Torrigiani, chico un poco bruto y desvergonzado, le propinó tal puñetazo que le hundió el cartílago dejándolo como muerto..A pesar de todo, su nariz guarda una armoniosa proporción con la frente y el resto del rostro. Sus labios son finos, el inferior algo más grueso, por lo que visto de perfil parece sobresalir un poco. Tiene una mandíbula acorde con las partes ya descritas. Vista de perfil, la frente sobresale un tanto con respecto a la nariz, que de no ser por una pequeña protuberancia sería casi recta. Las cejas son poco pobladas, los no muy grandes, castaños y salpicados de puntitos brillantes amarillos y azulados. Las orejas, normales; los cabellos y la barba, negros, aunque a sus 79 años empiezan a blanquear. La barba, de cuatro o cinco dedos de larga, se bifurca y no es muy espesa, como bien puede observarse en su retrato”.
Así pues, el aspecto físico de Miguel Ángel coincide con el que todos conocemos. Sin embargo, su personalidad y su carácter siguen llenos de lagunas, y quizá nunca sean conocidos del todo porque, pese a la existencia de abundante documentación, ésta es muy fragmentaria en algunos períodos cruciales de su vida.
2. - SUS MAESTROS
Según nos relata Vasari, el padre de Miguel Ángel, al ver crecer más y más cada día la afición de su hijo y no pudiendo apartar del dibujo la atención del joven, viendo que no había otro remedio, aconsejado de sus amigos, resolvió, para obtener de él algún provecho y para ejercitarse aquel ingenio, de acomodarlo con Domingo Ghirlandaio.
Se desconoce la fecha exacta en que el niño fue llevado a Florencia por primera vez, pero como el padre solía pasar frecuentes temporadas en Settignao es muy posible que sus hijos le acompañaran. El escenario de sus primeros años fue el paisaje de Settignano, situado en el valle del Arno superior, con sus bosques de olivos y sus canteras; tuvo por compañeros de juegos a hijos de labradores y de canteros. Se podría llenar una de las muchas páginas en blanco de la vida de Miguel Ángel diciendo que quizá encontró entre los canteros a un artesano eficiente que involuntaria e inconscientemente se convirtió en su primer maestro, permitiéndole contemplar su trabajo y calmando de vez en cuando la curiosidad infantil del avispado muchacho enseñándole algunos golpes del oficio. Es de suponer que el pequeño Miguel Ángel, como cualquier otro niño, introdujera activamente el entorno en sus juegos. De estos primeros años, sólo se conoce un documento, aunque de dudosa autenticidad, en uno de los muros de la casa de Settignano. Se conserva el dibujo borroso a carbón de un torso masculino. Muchos historiadores del arte lo han atribuido al joven Miguel Ángel, queriendo ver en él un tritón o un sátiro.
El padre de Miguel Ángel acariciaba la idea de proporcionar a su hijo una sólida formación y hacerle más tarde estudiar jurisprudencia. Este plan cuidadosamente preparado y fiel a la tradición familiar desembocaría en el ingreso del artista en la maquinaria del Estado. Así, a los siete años de edad, ingresó en la escuela de Francesco de Urbino. Salvó esta fase de su aprendizaje sin excesivas dificultades, en parte, gracias a su viveza de ingenio. Sin embargo prefería emplear la pluma dibujando que redactando ejercicios gramaticales. Los tesoros artísticos de Florencia constituían un reclamo demasiado poderoso y una multitud de artistas trabajaba en la ciudad. Fue incapaz de resistir el poder de atracción de este ambiente. Tenía que ver, copiar, observar. Los aprendices de los maestros y los jóvenes artistas se convirtieron en sus amigos. Uno de ellos, Francesco Granacci, le introdujo en el taller de su maestro Ghirlandaio. Tan pronto como su tío y padre se enteraron de andaba por extraños derroteros, montaron en cólera. En su opinión, los artistas, como artesanos que eran, pertenecían al "popolo minuto". Para ellos un pintor gozaba de la misma consideración que un humilde tendero y no hacían diferencias entre entre un escultor y un cantero. Pensaban que Buonarroti podía aspirar a los más elevados cargos públicos. Lodovico y Francesco se lo imaginaban ya "ganfaloniere". Aun cuando esta forma de pensar pertenecía más bien al pasado, todavía respondía a la ordenación social imperante en la época.
El joven Miguel Ángel resistió estoicamente todos los reproches, recriminaciones y castigos, y al final se salió con la suya: el 1 de abril de 1488 su padre se puso de acuerdo para que su hijo entrase como aprendiz en el taller de Domenico y David Ghirlandaio durante tres años. Vasari relata textualmente: " Tenía Miguel Ángel, cuando se acomodó en el arte con Domingo Ghirlandaio, catorce años. Y como uno que ha escrito su vida después del año 1550, en que yo escribí por primera vez estas Vidas, dice que algunos, por no haber tratado a Miguel Ángel , han dicho cosas que no fueron jamás ciertas y han dejado muchas que son dignas de ser notadas; y luego afirma, para tachar a Domingo de envidioso, que no concedió ninguna ayuda a Miguel Ángel; tengo empeño en afirmar que es falso, como puede verse por un escrito de mano de Luis, padre de Miguel Ángel, puesto junto con los libros de Domingo, y que se halla hoy en poder de sus herederos, y que dice así :" 1488. Hago constar en este día primero de abril, que yo, Luis Leonardo de Buonarroti, acomodo a Miguel Ángel, hijo mío, con Domingo y David de Tommaso de Currado, por tres años próximos venideros, con estos pactos y condiciones: que dicho Miguel Ángel debe pasar con los supradichos todo ese tiempo, aprendiendo a pintar, a cumplir este oficio y todo cuanto los supradichos le mandaren; y dichos Domingo y David deberían pagarle, en estos tres años 24 florines de cuño: el primer año, seis florines; el segundo año, ocho florines; el tercer año, 10 florines; en todo la suma de 96 liras".
Y junto a este escrito se halla este recuerdo o partida, escrita también de la mano de Luis:" En el día de hoy, 16 de abril, el sobredicho Miguel Ángel ha recibido dos florines de oro en oro, y yo, Luis de Leonardi, su padre, he recibido al contado doce liras con doce sueldos".
Crecían el talento y la persona de Miguel Ángel en tal manera, que Domingo se asombraba al verle efectuar algunas cosas ajenas de un joven y por parecerle que no sólo vencía a los demás discípulos, los cuales tenía en gran número, sino que muchas veces igualaba cosas hechas por él como maestro suyo. Pues sucedió que uno de los jóvenes que aprendían con Domingo había copiado a pluma, de entre las cosas de Ghirlandaio, algunas mujeres vestidas. Miguel Ángel tomó aquel papael y con pluma más gruesa volvió a contornear una de aquellas mujeres, con nuevos lineamientos, del modo que hubiera debido estar, para que estuviese con toda perfección; y es caso admirable ver la diferencia entre las dos maneras de dibujo y la excelencia de juicio de un jovencito tan animoso y audaz, que sea atrevía a corregir lo que hacía su maestro.
Sucedía también que trabajando Domingo en la capilla de Santa María la Nueva, un día que estaba fuera, se puso Miguel Ángel a copiar del natural el andamio con algunos maderos, todos los instrumentos del oficio y algunos de los jóvenes que trabajaban en él. Y al volver Domingo, viendo el dibujo de Miguel Ángel, dijo;" este sabe más que yo", y quedó estupefacto ante la nueva manera y la nueva imitación que, por el juicio recibido del cielo, poseía un joven como aquél en tan tierna edad; porque era tanta la perfección de aquel dibujo, cuanto hubiera podido desearse en la práctica de un artista que hubiese trabajado años.
Vasari ,su gran biográfo, constituye una fuente de gran importancia para el conocimiento del pensamiento y obra de Miguel Ángel. Sus relaciones con Vasari quedan atestiguadas en el soneto LXVIII que Miguel Ángel le dedica:
“Si diste con tu pluma o con colores
a Natura su hermana equiparable en tu arte
y en realidad en parte le achicaste la gloria,
al devolvernos su belleza más acrecentada,
ahora, sin embargo, con labor más valiosa,
te has puesto a escribir con mano sabia,
y así le robas lo único de su gloria
le resta y te faltaba, al darle vida a los seres.
Rivales tuvo en cualquier siglo con obras
hermosas, más al menos, le rendían tributo;
cuando a su final señalado por fuera llegaban
Pero hiciste que sus memorias tan perdidas
volviesen cargadas de luz, ellos mismos y tú,
a su pesar, para siempre vueltas a la vida.
Giorgio Vasari
En otras epístolas, Miguel Ángel nos muestra también su relación con Vasari .Una de ellas, escrita el 19 de septiembre de 1554 nos relata lo siguiente: “Querido amigo Maestro Giorgio: dirán con toda seguridad que soy un viejo Chiflado por querer componer sonetos, pero, como dicen muchos, estoy en mi segunda infancia, y he querido hacer un poco de teatro. Veo por tus cartas el amor que me tienes. Sé, sin duda alguna, que me sentiría muy feliz de que mis frágiles huesos descansaran junto a los de mi padre, como tú me pides, pero si yo me marchara ahora de aquí sería causa de un gran desastre en la construcción de la Iglesia de San Pedro, de un gran vergüen- za y de un gran pecado. Pero cuando todo el proyecto esté hecho, de manera que no pueda cambiarse, espero hacer todo lo que me dices siempre y cuando no sea un pecado incomodar a algunas personas avaras que están esperando que me vaya rápido”
Así, en otra epístola, Miguel Ángel escribe:
“ Me encargaron , por la fuerza, de la construcción de la Iglesia de San Pedro, y he servido ocho años no solamente gratis, sino con perjuicio y desdicha por mi parte. Ahora que todo va bien, hay dinero para invertir y voy a poner pronto la bóveda de la cúpula, sería la ruina de dicha construcción si me fuera. Sería la mayor vergüenza para toda la cristiandad y mi mayor pecado. Así, pues, mi querido Maestro Giorgio, te pido que agradezcas de mi parte al Duque por las grandes ofertas de que me hablas y ruega a su señoría que, con su permiso y gracia, pueda continuar aquí hasta que me pueda marchar con buena reputación y sin pecado.” (11 de mayo de 1555, Roma)
Según nos relata Vasari, Miguel Ángel nació en 1475, en el Casentino, hijo de Luís Leonardo Buonaroti Simoni, descendiente, según se dice, de la nobilísima y antiquísima familia de los condes de Canossa. Luís era corregidor aquel año del castillo de Chrusi y Caprese. Acabado su cometido de corregidor, volvió a Florencia. En la aldea de Settignano tenía una posición heredada de sus antepasados. Era un lugar copioso en piedra y todo lleno de canteras de granito trabajadas de continuo por canteros y escultores, la mayor parte nacidos en aquel lugar. En aquella aldea, Luís entregó a Miguel Ángel, para que lo amamantase, a la mujer de un cantero.
A causa de esto, Miguel Ángel, hablando una vez con Vasari, le dijo en broma:”Jorge, si algo de bueno tengo en el ingenio, me ha venido a nacer de la sutileza del aire de vuestro país de Arezzo; así como también de la leche de mi nodriza he sacado los cinceles y el martillo con los cuales hago mis figuras”.
Con el tiempo Luís tuvo bastantes hijos más, y por ser poca su hacienda y cortísimas sus rentas, fue acomodando a sus hijos en el arte de la lana y la seda, y Miguel Ángel, que estaba ya crecido, fue puesto en la escuela de gramática con el maestro Francisco de Urbino. Pero como su ingenio lo impelía a deleitarse en el dibujo, todo el tiempo que podía aprovechar a escondidas lo pasaba dibujando. Por ello, le reñían su padre y sus superiores y algunas veces le pegaban, creyendo acaso que atender aquella virtud, desconocida por ellos, era baja cosa e indigna de antigua casa.
Miguel Ángel se caracterizó por un carácter controvertido. Fue toda su vida un solitario; lo fue incluso en la cúspide de su fama; mientras trabajaba en los frescos de la Capilla Sixtina confesaba a su hermano en una carta:”Estoy tan atareado y tan sometido a esfuerzos físicos que sólo puedo ocuparme de mi mismo. No tengo amigos, ni tampoco los deseo”
Esta confesión fija una situación fundamental de su existencia: la soledad. una soledad que era condición imprescindible para desarrollar su creatividad artística, y a la que, además, tendía por inclinación natural. Miguel Ángel se aislaba de un entorno que juzgaba tosco e incapaz de comprender su arte. A su vez, sus contemporáneos censuraban su carácter huraño, sus extravagancias, sus ansias de grandeza, su eterna insatisfacción y su propensión a arrebatos de cólera. Él rechazaba, por infundadas todas estas críticas, según se desprende de una conversación con Vittoria Colona y otras personas de su confianza, transmitida por el pintor portugués Francisco de Holanda:”La gente es muy dada a difundir mentiras sobre los pintores de renombre: son raros, insoportables y rudos en el trato y, sin embargo, nadie más humanos que ellos la dificultad de trato con esos artistas no radica únicamente en su orgullo porque rara vez encuentran personas que comprendan sus obras. Además, evitan las conversaciones vanas, que pueden arrancarlos de su rico mundo interior….”
Es disparatado pensar que un artista se aparta de las personas por puro orgullo o soberbia, porque ese es el camino más fácil para perder amigos y granjearse enemigos. Si tal hace, justo es que se le critique. pero si desdeña las palabras hueras y de fácil lisonja por no estar acordes con su forma de ser y porque debe dedicar todas sus energías a su arte. ¿Por qué , entonces, importunar a semejante hombre que voluntariamente prefiere la soledad?
¿Por qué obligarle a participar en conversaciones vacías que perturban su calma creadora? ¿Acaso no sabéis que hay tareas que necesitan de la persona entera sin darle un momento de respiro para la ociosidad? Vosotros no juzgáis a un artista por su propio valor, sino tan sólo porque lisonjea vuestro orgullo relacionaros con una persona que trata con papas y emperadores. En mi opinión, el artista que presta oídos a la adulación del público más que a la calidad de su propio arte, no es un verdadero artista, sino un espíritu corriente que no es preciso buscar con linterna porque se le encuentra por todas partes.”
Miguel Ángel fue siempre un enigma para sus contemporáneos. Su dinámico mundo interno, que se traslucía siempre en su relación con los demás, inquietaba y confundía, incluso a alguien tan poco impresionable como Julio II. Los tópicos mendaces de que habla Miguel Ángel encontraban, sin embargo, una audiencia abonada y propicia a aceptarlos, y así, en el retrato moral que de él pintaba la gente se entremezclan trazos grotescos confusamente y perfiles sombríos con la poderosa y nítida claridad del genio. De esta forma, se urdieron las más variopintas leyendas en torno a su persona, favorables y desfavorables, buenas y malas. Algunas de ellas fueron recogidas , con la aquiescencia de su maestro por su discípulo Ascanio Condivi en su biografía, evidentemente porque a Miguel Ángel le resultaba más cómodo encubrir ciertos acontecimientos de su vida que desvelar las parcelas verdaderas de su intimidad. Sin embargo, ciertas calumnias y chantajes, por ejemplo de los Aretino, le arrancaban de su pasividad y los descalificaba con mordaz ironía o con gruesas palabras.
Cuando leemos las biografías más famosas sobre Miguel Ángel y, en concreto , los capítulos que se dedican a su carácter, tenemos la impresión de estar leyendo informes psicopatológicos. Romain Rolland esquematiza su personalidad de la forma siguiente:” La clave de su desdicha, es decir, el factor que explica la tragedia de su vida y que frecuentemente no se ha visto o no se ha querido ver, es su falta de voluntad y su debilidad de carácter.
Fue indeciso en su arte, en sus tendencias políticas, en todos sus actos y pensamientos; incapaz de elegir entre dos obras, dos proyectos, dos partidos. La historia de la estatua de Julio II, de los sepulcros de los Médicis, de la fachada de San Lorenzo son la demostración más más palpable de su indecisión. Miguel Ángel comenzaba y abandonaba una y otra vez el mismo proyecto: sus obras son un constante proyecto inacabado. Fluctuaba entre el sí y el no, y apenas había elegido una de las dos opciones, la duda se apoderaba de él. Al final de su vida, cansado de todo, dejó numerosas obras sin terminar. Se suele aducir en su defensa que la mayoría de las obras le fueron impuestas, y que, por tanto, la responsabilidad de todas sus vacilaciones debería recaer en quienes se las encargaron. Pero no olvidemos que sus señores no hubieran podido obligarles a planes o proyectos específicos en contra de su propia voluntad. Y , sin embargo, Miguel Ángel nunca se atrevió a tanto.
Miguel Ángel fue débil de carácter, debilidad debida tanto a su propia naturaleza como a su timidez. Escrúpulos que apenas hubieran afectado a personas un poco más enérgicas, a él le atormentaban. Un desmedido sentido de la responsabilidad le abrumaba forzándole a ocuparse de trabajos sin importancia que cualquier maestro de taller hubiera rechazado. Miguel Ángel no cumplía los contratos contraídos, pero tampoco podía olvidarlos, y este hecho le pesó como una losa en su vida.
Miguel Ángel fue consciente y temerosamente débil. Débil frente a los poderosos…No quería estar sometido a los papas, quería huir de su influjo, pero al final siempre terminaba por obedecerlos. Soportó, sin una queja, cartas injuriosas de sus señores, y es más, les contestó con sumisión y respeto. Alguna vez salía a relucir su orgullo y protestaba pero acababa cediendo. De pronto le invadía un pánico incontrolable y huía, perseguido por su propio miedo de un extremo a otro de Italia… Pero esto no es todo, llegó incluso a renegar de sus propios amigos, los Florentinos desterrados.
Conviene detenerse en esta última frase, porque en ella subyace un error de interpretación de Rolland que tergiversa una carta de Miguel Ángel a su sobrino Leonardo residente en la Florencia gobernada con mano de hierro por Cósimo I. La misiva, fechada el 22 de octubre de 1547, respondía a una anterior en la que Leonardo informaba a Miguel Ángel de un decreto inminente de Cósimo I con el que el Médici esperaba Aniquilar definitivamente a sus opositores desterrándolos y confiscando sus bienes. La ley alcanzaría incluso a los que vivían fuera de la Toscana. El sobrino temía no sólo por las posesiones de Miguel Ángel en Florencia, sino sobre todo por su persona, porque era cosa sabida que su tío mantenía relaciones amistosas con Roma con los enemigos de Cósimo I, principalmente con Roberto Strozzi, hijo de Filippo, jefe de la flota derrotada por Cósimo I en Montemurlo en el año 1537. Pero además, Roberto Strozzi acumulaba otro factor de riesgo: estaba casado con la Hermana de Lorenzino, el asesino de Alessandro. He aquí la carta: “ Leonardo: me alegro de queme hayas informado del decreto. Si Hasta el momento he especial cuidado en lo que se refiere a mis relaciones con los florentinos desterrados, en el futuro vigilaré aún más mi conducta. En lo tocante a la convalecencia de mi enfermedad en la casa de los Strozzi(1544), he de decirte que no me aposenté en su casa, sino en la habitación de Luigi del Riccio, amigo entrañable. Desde la muerte de Bartolomeo, amigo y secretario de Miguel Ángel, no había encontrado persona que cuidase mejor y más fielmente que él de mis asuntos. Tras su muerte, la de Ricio, no he vuelto a frecuentar esa casa; Roma entera y mi forma de vida pueden atestiguarlo: estoy siempre solo, salgo poco y apenas hablo con nadie, especialmente si son de Florencia; aunque si me saludan por la calle, no puedo menos que responder al saludo con un par de palabras amables antes de continuar mi camino. Si conociera a los desterrados, les negaría el saludo. No obstante, reitero que a partir de hoy extremaré las precauciones, sobre todo porque me rondan pensamientos muy sombríos y opresivos que me hacen concebir la vida como una pesada carga”
Lange-Eichbaum afirma en su libro :”Genio, locura y fama” lo siguiente:
Miguel Ángel fue un psicópata de rasgos acusadamente depresivos, irritable, desmedido en su afectividad, paranoico, hipocondriaco y con un componente homosexual”; y prosigue su diagnóstico resumiendo los juicios que ha merecido a otros autores:” Homosexual, quizá no sólo espiritual, con complejo de culpa en su vejez. Apasionado por los adolescentes. irritable y propenso a accesos de cólera, muy dado a simpatías y entusiasmos repentinos, a profunda angustia y desconfianza. Incosecuente. Frío frente a la mujer, como lo denota el hecho de que sus principales obras sean hombres. Terror patológico. Melancolía enfermiza. Esclavo de su desmedido afán creador, que era casi una neurosis obsesiva. Constantemente agitado. Tipo fuertemente inclinado a la acción. Depresivo, aquejado de imaginarios dolores. Avaro. Padeció numerosas enfermedades graves. Muy desconfiado. Paranoide. Asaltado por continuos y constantes temores. Masoquista.
Conviene, llegados a este punto, recordar unos párrafos del ensayo:”El problema del genio”, con el que Gottfried Benn abordó en 1929 el libro de Lange-Eichbaum. El genio, si atendemos a las investigaciones de la patografía ,nace, sobre todo, dentro de familias dotadas intelectualmente, y pertenecientes, como la de Buonarroti, a capas sociales que gozan de una posición destacada. Surge, con frecuencia, cuando ,”tras generaciones de probada inteligencia”, la estirpe comienza a degenerar. El genio, escribe Benn, es una determinada forma de degeneración por hipertrofia intelectual, que conlleva casi siempre rasgos psicopatológicos, cuyas manifestaciones más benignas son la extravagancia, la capacidad de adaptación, la susceptibilidad de carácter, la inestabilidad emotiva, la melancolía y la histeria. “ La patología anímica es un factor parcial pero indispensable, del conjunto total que denominamos genialidad”. Con razón recoge Benn la opinión de Kretschmer, que cree que “los grandes genios poseen un vigoroso y saludable espíritu burgués, cuyo desarrollado sentido del deber les confiere esas cualidades fundamentales de laboriosidad, tenacidad y serena armonía, que proyectan sus obras más allá de lo que las intensas y pasajeras sacudidas del genio harían pensar”. Con esto se delimita al menos, a grandes rasgos, el “cuadro clínico” de Miguel Ángel.
Aretino, su gran detractor, intentó extorsionar al artista. Al no atender éste a sus demandas, le injurió, como tenía por costumbre, tachándole de blasfemo, dado al paganismo, débil de carácter, homosexual, ingrato, avaro, mentiroso y ladrón. Asombra que hoy se siga dando crédito a una imagen tan cargada de virulencia y veneno.
Esta visión ambigua y distorsionada del cuadro caracterológico de Miguel Ángel tiene un triple origen: la aceptación acrítica de las descripciones de su carácter hechas por sus coetáneos; la valoración excesivamente precipitada, y por tanto fragmentaria de los primeros documentos hallados en los archivos y el escaso interés que han mostrado por el tema de los historiadores.
Para conocer su verdadera personalidad, su pensamiento y su obra creemos esencial acudir a los testimonios personales del artista y, a este respecto, es especialmente revelador un “capitolo”, poema satírico-burlesco en tercetos, también llamado “bernesio” en honor o recuerdo de Francesco Berni, el maestro del género. Aproximadamente hacia 1534, Berni fue amigo de Miguel Ángel y Sebastiano del Piombo. El escritor y el poeta mantenían correspondencia en poesías “bérnicas”.
El poema data quizá de 1546. Miguel Angel vivía por entonces cerca del foro de Trajano en Macel de’ Corvi (Plaza de los Cuervos), llamado burlonamente por él “Plaza de los pobres”. El lugar era sombrío y sucio. Vayamos adelante con la poesía:
“En límites estrechos encerrado
árbol soy, rodeado de corteza,
o genio en la redoma retenido.
En tumba oscura moro y las arañas
Por dentro me recorren y sus telas
mis huesos aprovechan como rueca.
Cubierta está mi puerta por montañas
de excrementos: uvas y purgaciones
muestras de algún alivio son extrañas.
Bien conozco el olor de los orines,
los desagües que despiertan mis raíces
antes aún de que haya amanecido.
La carroña, el estiércol, los desechos
de casa ajena a la mía vienen:
puedo mudarme con ellos si quiero.
Está mi casa por dentro tan revuelta
que incluso si el hedor se evaporase
perdería con él hasta el estómago.
Tos y catarro impiden que me muera,
pierdo el aire fácilmente por abajo
y sale a duras penas por mis dientes.
Estoy tullido, roto, quebrantado
en el potro de la vida. La posada
en que vivo de prestado es la muerte.
Mi gran melancolía me complace
y la pena mejora el sufrimiento,
a quien quiera, le cedo esta miseria.
Dichoso el que me vio el día de Reyes;
dichoso más aún si hubiera visto
mi casa entre magníficos palacios.
Sólo cenizas guarda el corazón
de amores, y en él crece la pena,
he roto al fin las alas de mi alma.
Zumbo cual abejorro en la vasija;
saco de huesos soy; cuero y tendones
me cubren; piedras hay en mi vejiga.
Ya no miran mis ojos como antaño
y mis dientes, como teclas de un címbalo
viejo, castañetean cuando hablo.
En mi rostro la imagen del horror;
mi vestido agitado por el viento
a las gentes ahuyenta como un espantapájaros.
En mi oído se acurruca una araña,
en el otro canta un grillo por la noche
y yo por el catarro, toso, mas no duermo.
El Amor y las Musas de otros tiempos
son pasto del pasado. Habito ahora
en un sucio albañal, en un retrete.
¿He fabricado acaso tantos hombres
para morir ahogado por el fango
tras haberme salvado de la mar?
Todo el arte, regalo de la fama,
me ha llevado en la vejez a la pobreza,
a estar solo y dominado por extraños.
Vivo estoy aún. “¡Ay, ven aprisa, muerte!”
El poema pudo haber sido escrito en un atardecer de finales de otoño o principios de invierno. Miguel Ángel que tenía setenta y un años, describe la casa, el entorno, revela sus achaques físicos y espirituales, pergeña, en definitiva, su autorretrato grotesco: se burla de su propio trabajo y de sus pensamientos que desembocan, al final, en la idea de la muerte, temática que le resulta muy familiar desde hace más de veinte años, con una expresividad ruda y directa, un ingenio corrosivo y un sentido del humor muy ácido.
La casa que describe forma parte ya de su vida y, durante más de treinta años habitaría entre sus muros gruesos y pesados como los de una fortaleza, como un cangrejo ermitaño dentro de su concha a solas consigo mismo y con su obra. En 1513 se instaló en ella por primera vez y allí residiría durante cuatro años hasta que el papa León X le ordenó regresar a Florencia, para encargarse de construir la fachada de San Lorenzo, pero esta obra quedaría reducida a un simple proyecto y a un montón de bloques de mármol desperdigados por las canteras de Pietrasanta. En 1534 vuelve a habitarla ya de forma ininterrumpida hasta su muerte. El viejo y enorme caserón albergaba en su interior un estudio muy espacioso, cuadra para caballos y un huerto pródigo en higueras, granados y parras. Su fiel criado y otros sirvientes cuidaban del viejo Miguel Ángel, pero el desorden que reinaba en la casa revelaba la soltería de su morador. Amigos y personas de confianza le animaban con frecuencia a contraer matrimonio, en la creencia de que le sería beneficioso que una mujer gobernase el hogar. Miguel Ángel nunca prestó oídos a tal proyecto.
“El arte es mi única esposa: a él estoy unido por lazos muchos más fuertes de lo que yo quisiera; él ha sido la pasión y el tormento de mi vida. Mis hijos son las obras que legaré a la posteridad porque, aunque no valgan demasiado, me sobrevivirán.¿ Qué hubiese sido de Lorenzo di Bartoluccio Ghiberti si no hubiera cincelado las puertas de San Giovanni? Sus hijos y nietos se han desprendido de cuanto él les legó. Sólo las puertas permanecen”
Tras la muerte de Miguel Ángel, su sobrino y heredero Leonardo alquiló la casa a Daniele da Volterra, que falleció antes de llegar a ocuparla; fue derribada en el siglo XIX. Tampoco existe ya el viejo “Mercado de los Cuervos”.
Así pues, la casa romana de Miguel Ángel se levantaba donde una vez, cuando el Antiguo Imperio había alcanzado la cúspide de su poder, estuvo el corazón mismo de la ciudad. El foro de Trajano, el espacio abierto más amplio y bello de la ciudad imperial, en el que se celebraba un mercado al aire libre, fue aislado del Quirinal por un edificio destinado a mercado que albergaba 150 puestos en su interior. Al noroeste se levantaba la poderosa basílica de Ulpia, centro de transacciones monetarias. Tras ella, en el espacio abierto en el que se erguía la columna de Trajano, había dos bibliotecas. Una guardaba los manuscritos griegos; otra, los códices latinos y los documentos de la época imperial. Tan sólo la columna permanecía virtualmente intacta cuando Miguel Ángel se mudó a esa casa. Las últimas líneas de la inscripción situada encima de la puerta del pedestal hubieran podido figurar también como divisa de su obra artística:”Ad declarandum quantae altidudinis mons et locus tanti operibus sis egestus”(“para que quede constancia de la altura que se le robó al monte y de los grandes esfuerzos que supuso la construcción de la obra”)
La tristeza que aletea en todo el poema se aprecia también en el busto de bronce de Miguel Ángel ejecutado por su gran amigo y discípulo Daniele de Volterra. Esta escultura responde tanto a las referencias que nos han transmitido los coetáneos de Miguel Ángel sobre su aspecto físico, como a las propias observaciones del artista.
“Busto de Miguel Ángel por Daniele de Volterra”
Condivi escribe:”Miguel Ángel goza de una constitución física más bien musculosa y de estructura ósea bien desarrollada antes que entrado en carnes. Sano, sobre todo por naturaleza, pero también por el ejercicio físico y por su mesura en el comercio carnal y en la alimentación. Fue un niño enfermizo, y ya de adulto ha sufrido dos enfermedades. Desde hace algunos años padece una afección de la vejiga..Su tez ha tenido siempre un color muy saludable. Su constitución física era la siguiente: es de estatura media y ancho de espaldas con respecto al resto del cuerpo: su cabeza, vista de frente, es redonda..Las sienes abultadas, muestran protuberancias por encima de las orejas y, estas y las mejillas sobresalen del resto de la cara. La cabeza es algo desproporcionada con respecto al rostro. Tiene la frente cuadrada y la nariz aplastada, aunque no de nacimiento, sino porque en su juventud un tal Torrigiano de Torrigiani, chico un poco bruto y desvergonzado, le propinó tal puñetazo que le hundió el cartílago dejándolo como muerto..A pesar de todo, su nariz guarda una armoniosa proporción con la frente y el resto del rostro. Sus labios son finos, el inferior algo más grueso, por lo que visto de perfil parece sobresalir un poco. Tiene una mandíbula acorde con las partes ya descritas. Vista de perfil, la frente sobresale un tanto con respecto a la nariz, que de no ser por una pequeña protuberancia sería casi recta. Las cejas son poco pobladas, los no muy grandes, castaños y salpicados de puntitos brillantes amarillos y azulados. Las orejas, normales; los cabellos y la barba, negros, aunque a sus 79 años empiezan a blanquear. La barba, de cuatro o cinco dedos de larga, se bifurca y no es muy espesa, como bien puede observarse en su retrato”.
Así pues, el aspecto físico de Miguel Ángel coincide con el que todos conocemos. Sin embargo, su personalidad y su carácter siguen llenos de lagunas, y quizá nunca sean conocidos del todo porque, pese a la existencia de abundante documentación, ésta es muy fragmentaria en algunos períodos cruciales de su vida.
2. - SUS MAESTROS
Según nos relata Vasari, el padre de Miguel Ángel, al ver crecer más y más cada día la afición de su hijo y no pudiendo apartar del dibujo la atención del joven, viendo que no había otro remedio, aconsejado de sus amigos, resolvió, para obtener de él algún provecho y para ejercitarse aquel ingenio, de acomodarlo con Domingo Ghirlandaio.
Se desconoce la fecha exacta en que el niño fue llevado a Florencia por primera vez, pero como el padre solía pasar frecuentes temporadas en Settignao es muy posible que sus hijos le acompañaran. El escenario de sus primeros años fue el paisaje de Settignano, situado en el valle del Arno superior, con sus bosques de olivos y sus canteras; tuvo por compañeros de juegos a hijos de labradores y de canteros. Se podría llenar una de las muchas páginas en blanco de la vida de Miguel Ángel diciendo que quizá encontró entre los canteros a un artesano eficiente que involuntaria e inconscientemente se convirtió en su primer maestro, permitiéndole contemplar su trabajo y calmando de vez en cuando la curiosidad infantil del avispado muchacho enseñándole algunos golpes del oficio. Es de suponer que el pequeño Miguel Ángel, como cualquier otro niño, introdujera activamente el entorno en sus juegos. De estos primeros años, sólo se conoce un documento, aunque de dudosa autenticidad, en uno de los muros de la casa de Settignano. Se conserva el dibujo borroso a carbón de un torso masculino. Muchos historiadores del arte lo han atribuido al joven Miguel Ángel, queriendo ver en él un tritón o un sátiro.
El padre de Miguel Ángel acariciaba la idea de proporcionar a su hijo una sólida formación y hacerle más tarde estudiar jurisprudencia. Este plan cuidadosamente preparado y fiel a la tradición familiar desembocaría en el ingreso del artista en la maquinaria del Estado. Así, a los siete años de edad, ingresó en la escuela de Francesco de Urbino. Salvó esta fase de su aprendizaje sin excesivas dificultades, en parte, gracias a su viveza de ingenio. Sin embargo prefería emplear la pluma dibujando que redactando ejercicios gramaticales. Los tesoros artísticos de Florencia constituían un reclamo demasiado poderoso y una multitud de artistas trabajaba en la ciudad. Fue incapaz de resistir el poder de atracción de este ambiente. Tenía que ver, copiar, observar. Los aprendices de los maestros y los jóvenes artistas se convirtieron en sus amigos. Uno de ellos, Francesco Granacci, le introdujo en el taller de su maestro Ghirlandaio. Tan pronto como su tío y padre se enteraron de andaba por extraños derroteros, montaron en cólera. En su opinión, los artistas, como artesanos que eran, pertenecían al "popolo minuto". Para ellos un pintor gozaba de la misma consideración que un humilde tendero y no hacían diferencias entre entre un escultor y un cantero. Pensaban que Buonarroti podía aspirar a los más elevados cargos públicos. Lodovico y Francesco se lo imaginaban ya "ganfaloniere". Aun cuando esta forma de pensar pertenecía más bien al pasado, todavía respondía a la ordenación social imperante en la época.
El joven Miguel Ángel resistió estoicamente todos los reproches, recriminaciones y castigos, y al final se salió con la suya: el 1 de abril de 1488 su padre se puso de acuerdo para que su hijo entrase como aprendiz en el taller de Domenico y David Ghirlandaio durante tres años. Vasari relata textualmente: " Tenía Miguel Ángel, cuando se acomodó en el arte con Domingo Ghirlandaio, catorce años. Y como uno que ha escrito su vida después del año 1550, en que yo escribí por primera vez estas Vidas, dice que algunos, por no haber tratado a Miguel Ángel , han dicho cosas que no fueron jamás ciertas y han dejado muchas que son dignas de ser notadas; y luego afirma, para tachar a Domingo de envidioso, que no concedió ninguna ayuda a Miguel Ángel; tengo empeño en afirmar que es falso, como puede verse por un escrito de mano de Luis, padre de Miguel Ángel, puesto junto con los libros de Domingo, y que se halla hoy en poder de sus herederos, y que dice así :" 1488. Hago constar en este día primero de abril, que yo, Luis Leonardo de Buonarroti, acomodo a Miguel Ángel, hijo mío, con Domingo y David de Tommaso de Currado, por tres años próximos venideros, con estos pactos y condiciones: que dicho Miguel Ángel debe pasar con los supradichos todo ese tiempo, aprendiendo a pintar, a cumplir este oficio y todo cuanto los supradichos le mandaren; y dichos Domingo y David deberían pagarle, en estos tres años 24 florines de cuño: el primer año, seis florines; el segundo año, ocho florines; el tercer año, 10 florines; en todo la suma de 96 liras".
Y junto a este escrito se halla este recuerdo o partida, escrita también de la mano de Luis:" En el día de hoy, 16 de abril, el sobredicho Miguel Ángel ha recibido dos florines de oro en oro, y yo, Luis de Leonardi, su padre, he recibido al contado doce liras con doce sueldos".
Crecían el talento y la persona de Miguel Ángel en tal manera, que Domingo se asombraba al verle efectuar algunas cosas ajenas de un joven y por parecerle que no sólo vencía a los demás discípulos, los cuales tenía en gran número, sino que muchas veces igualaba cosas hechas por él como maestro suyo. Pues sucedió que uno de los jóvenes que aprendían con Domingo había copiado a pluma, de entre las cosas de Ghirlandaio, algunas mujeres vestidas. Miguel Ángel tomó aquel papael y con pluma más gruesa volvió a contornear una de aquellas mujeres, con nuevos lineamientos, del modo que hubiera debido estar, para que estuviese con toda perfección; y es caso admirable ver la diferencia entre las dos maneras de dibujo y la excelencia de juicio de un jovencito tan animoso y audaz, que sea atrevía a corregir lo que hacía su maestro.
Sucedía también que trabajando Domingo en la capilla de Santa María la Nueva, un día que estaba fuera, se puso Miguel Ángel a copiar del natural el andamio con algunos maderos, todos los instrumentos del oficio y algunos de los jóvenes que trabajaban en él. Y al volver Domingo, viendo el dibujo de Miguel Ángel, dijo;" este sabe más que yo", y quedó estupefacto ante la nueva manera y la nueva imitación que, por el juicio recibido del cielo, poseía un joven como aquél en tan tierna edad; porque era tanta la perfección de aquel dibujo, cuanto hubiera podido desearse en la práctica de un artista que hubiese trabajado años.
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